En el refugio de Tsushima todavía quedaba mucha nieve. Hacía mucho frío. Sin ropa de repuesto, sólo teníamos pocas estufas para calentar. Unos envolvieron sus cuerpos con papel de periódico, y otros hicieron alfombras con cajas de cartón para protegerse del frío tremendo.
Casi no pude dormir durante la noche. Cuando me desperté, noté que había más espacio que ayer, me sentí raro porque anoche estábamos muy estrechos en el gimnasio. Al salir de la entrada, estaba el periódico de la mañana, que informó de las explosiones de hidrógeno en la central nuclear de Fukushima el 12 de marzo. Entonces entendí lo que estaba ocurriendo. Se produjo una explosión en la planta nuclear de Fukushima y las materias radiactivas se escapaban hacia Tsushima y contaminaban la tierra de Tsushima e Iidate donde nos encontrábamos más de la mitad de los habitantes de Namie.
El 13 de marzo, sin cierta información, las preocupaciones aumentaban más y más. No sabía qué debería hacer y no había nadie que nos lo aconsejara. El cuerpo de bomberos tampoco sabía nada. La gente empezó a trasladarse por su voluntad a la ciudad de Fukushima. La situación sin información e indicación siguió. Aún tuvimos que ponernos en la fila al aire libre para obtener la comida. Los baños estaban rotos, así que cavamos hoyos y los usaban para hacer sus necesidades. Casi se había agotado el combustible para las estufas.
El 14 de marzo sucedió otra explosión de hidrógeno, esta vez en el reactor 3. Ya en ese momento, repartieron los periódicos al refugio, así que la mayoría de la gente lo leyó con mucha atención. Poco a poco se fue aclarando lo que estaba sucediendo. Yo creía que no había peligro de la contaminación radiactiva porque la central nuclear de Fukushima está a más de 10 kilómetros del refugio. Sin embargo, el número de los evacuados estaba disminuyendo.
El día 15 por la mañana, nos obligaron a marcharnos de Tsushima a Nihonmatsu bajo la orden de evacuación. Pero no era cierto que nos ofrecieran alojamiento y alimentos allí porque muchos habitantes de Namie que fueron evacuados ya habían ocupado el refugio de Nihonmatsu. A pesar de eso nos dijeron “¡Evacuen inmediatamente! Es la orden de evacuación. Márchense en sus carros o en los autobuses,” y nos informaron que no podríamos subir en autobús con mascotas. No tuvimos otra opción. Tenía un perro. Aunque había quedado poca gasolina en mi carro, decidí ir en carro a la ciudad de Fukushima donde vivían mis parientes porque, de todas maneras, no había cierta posibilidad de poder refugiarnos en Nihonmatsu. “Si se agota la gasolina en el camino y no hay rescate, tenemos que renunciar a todo, ¿entienden?” pregunté a mi esposa y a mi suegra. “Sí”, respondieron agachando la cabeza. No pude abandonar a mi perro, es un miembro de mi familia.
Necesité hablar con mis parientes que residían en la ciudad de Fukushima para avisarles de nuestra visita. Pero las comunicaciones de telefonía todavía no se habían restablecido. Perdiendo el contacto con ellos, seguimos viajando. A pesar de mi preocupación por la escasez de gasolina, gracias a mi carro de bajo consumo y las carreteras con muchas bajadas, logramos llegar a la ciudad de Fukushima sanos.
En ese momento, la telefonía móvil ya funcionaba y llegué a saber el estado de mis hermanos y mis conocidos. Una hija de mi hermano mayor de 25 años había desaparecido desde el 11 de marzo.